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jueves, 5 de mayo de 2011

EXTREMOS DE LA SEXUALIDAD

Desde un punto de vista netamente científico, se debe a Sigmund Freud y sus
continuadores los primeros estudios y, principalmente, la primera noción acerca de
la importancia de la sexualidad en el comportamiento humano y la obra de este grupo de
investigadores ha estimulado el estudio de los tabúes sexuales en forma seria, como así
también el de otros aspectos de la vida social que tienden a identificar la vida sexual de
los humanos con lo obsceno, degradante y digno de menosprecio, con lo que debe
vivirse oculto vergonzosamente en las sombras.
El esfuerzo de estos hombres ha dado como resultado un gran adelanto en lo que
respecta a la apreciación más natural y decorosa de la función sexual, conducir al
estudio de los distintos métodos físicos para alcanzar el placer en el acto sexual.
Quienes hayan acusado a Freud de haberse propuesto deliberadamente hurgar y
descubrir todas las dimensiones del mundo del sexo no han hecho sino mostrar más
objetivamente sus complejos, pasiones, y temores al sentirse de pronto desnudos y
descubiertos frente a la irrupción de una ciencia sexual; pero gracias a esta ciencia
podemos hoy analizar, como pretendemos hacer en esta obra, el comportamiento sexual
del hombre acorde con bio-psicología y la doctrina secreta del Cristo, expresada en la
Biblia. Debido a estas investigaciones Freudianas, nuestra sociedad ha ido percatándose
cada día más que la sexualidad es una función vital que supera a todas las demás
(respiración, alimentación, micción, etc.), en cuanto repercute mas ampliamente sobre la
esfera psíquica del individuo. Es imposible negar el gran influjo de la sexualidad en la
vida humana, y ninguno de nosotros es ajeno a esa influencia; pero a pesar de ello, a lo
largo de nuestra civilización hemos ido encubriéndola y adornándola muchas veces con
creencias falsas que han conseguido desvirtuarla.
La sexualidad ha sido reprimida a través de los siglos en forma fatal gracias a la
absurda concepción de que cualquier estímulo sexual es pecaminoso y se creó en el ser
humano el continuo temor de caer en el pecado sexual, hasta el extremo de que el sexo
se convirtió en un tabú del que no puede liberarse, que ha originado numerosas
desviaciones sexuales que pasaron inadvertidas y que, gracias al puritanismo morboso
creado en la psiquis humana ha conducido a reacciones contraproducentes.
En esta distorsión del significado de la vida sexual los religiosos tienen que cargar
en gran medida con la culpa; no solo los miembros de la religión cristiana, sino de todos
los credos importantes que han sido abrazados por la humanidad. Todos ellos,
reconociendo la fuerza del sexo como la energía vital de la vida misma, han perseguido
el logro de su control absoluto sobre las costumbres sexuales de la humanidad, para con
ello controlar a sus adherentes humanos; de ahí la importancia primordial de los tabúes
sexuales en toda teología organizada. Auncuando no podemos negar que fueron los
desviados del cristianismo los que llevaron a extremos grotescos la convicción de que
sexo y pecado son expresiones sinónimas.
Verdaderamente la actitud de la sociedad frente al problema sexual ha sido de
extremismos incontrolables y no ha sabido buscar un justo equilibrio entre la
importancia conocida, y fácilmente demostrable, del sexo en nuestra vida y de nuestra
actitud hacia él. En efecto, si a fines del siglo pasado y comienzos de este la escasa
pedagogía sexual se dirigía a sofocar las manifestaciones del instinto sexual, como si se
tratara de una enfermedad maligna y no de la fuente eterna de vida, por el contrario en
nuestros días se ha dedicado a exaltar el desenfreno del instinto sexual, induciéndolo
desbocadamente por los cauces de la degradación y degeneración con la complacencia
de todos los estamentos sociales y de todos los grupos educacionales que, en aras de una
justa libertad, conducen a las nuevas generaciones hacia el abismo del libertinaje.
Si antiguamente los moralistas nos hablaban solamente que el sexo era
pecaminoso y nos señalaban los abismos de degradación a que inducía casi el solo
nombrarlo, y los médicos nos pintaban los peligros sobre la salud que representaban las
infecciones nacidas a la sombra del comercio sexual, tratando de reprimirlo, hoy le
abren las puertas a esos abismos dándoles carta social con tinte moralista al legalizar
matrimonios entre homosexuales, asesinatos prenatales (que es el aborto) y prostitución
masiva (con la difusión de los anticonceptivos).
La educación sexual no existía y aún hoy es difícil hacer notar en nuestros países
latinos el error que representa marginar los problemas de educación sexual.
Generalmente se supone que el médico es la mayor autoridad en los asuntos relativos al
sexo, porque se ha dedicado al estudio físico del cuerpo humano; pero como la
sexualidad abarca esferas de influencias diferentes a las meramente físicas, es obvio que
la ciencia médica solo podrá hablar con propiedad sobre el aspecto físico del sexo en un
campo muy limitado, el de la salud e higiene sexual. Pero los demás aspectos del sexo
están completamente fuera del campo de la opinión médica.
Como resultado de esta creciente conciencia de los aspectos inmateriales del sexo,
las investigaciones sociológicas y psicológicas han sacado el tema del sexo al
descampado, donde se discute pública y libremente.
El problema que esto ha originado es que los sistemas de comunicación han
creado un alud de literatura sobre sexualidad, la cual casi siempre tiene la intención no
de educar, sino solamente lucrarse de la pornografía que se incluye con el pretexto de
educar sexualmente. Y así ha surgido esta nefasta eclosión de barbarie sexual
(homosexualismos, incestos, violaciones, etc.), que ha conducido al extremo opuesto del
puritanismo, en aras de una falsa "liberación sexual": se ha caído de la libertad hacia el
libertinaje, de la educación sexual a la pornografía, del interés científico al interés
morboso; y este camino puede conducir al ser humano a los más denigrantes estados de
bestialidad, pues de la importancia del impacto del sexo sobre la masa, tantos siglos
reprimida por educadores obscurantistas, son buenos conocedores los que controlan la
publicidad y los medios de comunicación social.
Nuestra sociedad que erotiza, los anuncios no se conciben sin una alusión al sexo,
y las revistas, películas y libros lo convierten en uno de los temas preferidos. Las
juventudes necesitan el auxilio inmediato de una correcta educación sexual, para evitar
que sean educados a la sombra de la impudicia por los malandrines del libertinaje
sexual, y no la reciben.
Es por ello una responsabilidad moral y un deber ineludible de los educadores y
padres de familia hacerse a una correcta educación sexual que los capacite para
orientarse no solamente ellos, sino para enfrentarse también a la educación de sus hijos
y educandos, porque es realmente triste que los padres, educadores, y orientadores de
esta civilización no sepan responder sino con evasivas y falsías, cuando no con la férula
prohibitiva, cada vez que los jóvenes indagan acerca de la vida sexual.

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